Podría
ser la de un motel de carretera, la de un lujoso hotel céntrico o quizá la más
sucia habitación de algún hostal perdido…
Podría
ser verano, invierno, día, noche…
Y
podría estar en cualquier lugar...
Pero
era esa habitación, ese momento. En esa ciudad.
Tal
vez ellos podrían culpar a las circunstancias de haber acabado allí, a un
torbellino de casualidades que les habría arrastrado irremediablemente hasta
esa habitación, pero los dos sabían que solo las decisiones tomadas por ambos
tenían la culpa. ¿Y que mas daba?
Fue
ella quien entró en último lugar, cerrando la puerta que la esperaba
entreabierta. Recorrió el corto pasillo, mirando de reojo a su izquierda. Allí
estaba el baño, con una magnífica ducha que le dio unas cuantas ideas para
pasar ese rato. Entró en la parte principal del dormitorio y lo recorrió con la
mirada fugazmente: estancia amplia, con un pequeño mueble bar donde estaba la
tele, grandes ventanales con las cortinas cerradas, dos mesitas… Pero enseguida
fijó la vista en la cama, donde le esperaba él, tumbado de medio lado y completamente
vestido. Eso le extrañó; entrecerró los ojos, preguntándole sin hablar.
—Ven.
Túmbate —la voz de él surcó el aire en un susurro. Por su sonrisa pícara y su
mirada lasciva, ella sabía que algo tenía preparado. Algún juego perverso,
alguna maldad. Avanzó hasta la cama y se sentó a los pies, dándole la espalda y
tomándose su tiempo mientras se descalzaba. Quería hacerle esperar y sufrir a
partes iguales.
Dejó
caer ambas botas al suelo y volvió a ponerse en pie. Miró la mesita de noche,
donde descansaba una tableta de chocolate abierta y un calentador de porcelana
que se usan para ambientar, con una vela encendida debajo.
—Mmmm,
¿chocolate? —preguntó ella con picardía, tumbándose de medio lado y mirándole.
Pero el negó, y la colocó boca arriba, rodeando su vientre con su brazo
izquierdo.
—El
chocolate para después —hizo una pausa, acercándose más a ella—. Bienvenida.
Y
alzó el rostro para besar sus labios. Ella siguió el beso rodeando con los
suyos el cuello de él para atraerlo más. Ambas lenguas se entrelazaron con
deseo y urgencias, ansiosas la una de la otra. La mano izquierda de él
descendía como una serpiente por su vientre hasta llegar a sus vaqueros, los
cuales desabrochó y bajó su cremallera. Aquella situación comenzaba a arder
nada más empezar.
Ella
comenzó a jadear, primero lento pero cada vez más intensamente a medida que el
deslizaba los dedos entre sus braguitas, llegando a la vulva. Para colmo se
entretenía en besar su cuello, en lamerlo muy sutilmente, dejando besos sonoros
y cortos. Él movía los dedos en su sexo, notando cada vez más como se empapaba
su entrepierna y como se removía inquieta en la cama.
—Shhh,
solo déjame hacer.
—Joder,
vas a matarme. Creí que ¡ahhh! —Gimió de nuevo, muy excitada—. ¡Creí que
jugaríamos primero!
Él
sonrió, mordiendo su oreja y aumentando la estimulación en su clítoris. Ella
jadeaba cada vez más excitada, pues él sabía perfectamente lo que estaba
haciendo. Si eso era el principio, el juego previo… ¿Qué vendría después?
Decidió no pensar, dejar su mente en blanco y que el placer la inundara.
Él
seguía besando su cuello y moviendo sus dedos de manera acompasada. A pesar de
estar los dos vestidos, de no haberse abrazado ni siquiera, aquella situación
les estaba volviendo locos de deseo, les daba aún más ganas de tenerse de las
que ya arrastraban desde hace tiempo.
—Vas
a hacer que me corra.
En
ese instante introdujo su dedo en su interior, sonriendo con malicia. Ella dejó
escapar un grito de placer.
—Es
lo que intento —le susurró como respuesta y, ahora sí, sus dedos comenzaron a
moverse frenéticamente, estimulando su clítoris e introduciéndose en ella
alternativamente. Los movía en perfectos círculos, o arriba y abajo, o dentro y
fuera, mientras ella se perdía en su mundo de placer, dejándose hacer. Su vello
estaba erizado debido a las caricias de él en su cuello. Con su lengua.
No
aguantaría mucho más así. Gritó, jadeó… incluso lo miró con cierta fiereza, maldiciéndole
por lo que le estaba haciendo.
Hasta
que se corrió. Su cuerpo se tensó, convulsionándose y gritando con fuerza su
nombre. Se mordió el labio inferior hasta marcárselo y abrió mucho los ojos,
mirándole. El dejó el dedo en su interior mientras clavaba su vista en ella. Se
había corrido.
Sacó
sus dedos de su sexo muy despacio y los llevó hasta su boca, haciendo que ella
probara sus propios jugos con lascivia. Los lamió, mirándole y provocándole.
—Uno
a cero —sonrió, mirando su cuerpo aún prisionero del deseo. Ella entrecerró los
ojos. ¿Era una guerra de orgasmos? Nunca habría imaginado una guerra de
orgasmos. No le gustaban las guerras, hasta ese instante.
—Ahora
sí, desnúdate —le pidió, sacándola de su ensimismamiento mientras le dejaba
espacio en la cama. Eso la irritaba, esa paciencia casi eterna que parecía
tener. Una parte de su ser hubiese deseado que la hubiese empotrado contra la
pared nada más entrar en la habitación, que la hubiese devorado. Pero otra
parte de ella, mucho más profunda y oscura, le deseaba justo así. Paciente,
pervertido.
Ambos
se desnudaron. Él estaba excitado y no se molestaba en ocultarlo. Dejó que ella
se tumbase primero para poder tumbarse sobre su cuerpo, tomando el chocolate ya
caliente y a medio derretir del quemador.
—Vas
a volverme loca. Eres como un témpano de hielo que arde.
Él sonrió, untando un poco de chocolate caliente sobre
sus labios y lamiéndolos después para limpiarlos. Ambos gimieron ante el
contacto, así que repitió la operación de nuevo, solo que esta vez la besó
apasionadamente.
Ella
rodeó su nuca con sus manos, atrayéndole más. Necesitaba ese beso, un beso
cargado de deseo y sobre todo de ganas, un beso que llevaban esperando
demasiado tiempo y que él, en un juego cruel, le había negado nada más verse
para enloquecerla aún más.
Se
mordían los labios en ese beso, entrelazaban sus lenguas en una lucha por
colonizar la boca del otro, sus alientos se mezclaban con sus jadeos. Ella
sujetaba su cabeza sin querer dejarle escapar y las manos de él bajaban,
acariciando su cuerpo.
Ahora
mismo, y mientras el chocolate se derretía ligeramente entre sus dedos, su
deseo le ordenaba que la penetrara en ese instante, que saciara ese torbellino
de ganas que le tenían muy excitado, pero se controló. Quería jugar con ella,
quería devorarla, saborear cada centímetro de su cuerpo y memorizar cada jadeo
que saliera de su boca. Separó sus labios de los de ella con una sonrisa
pérfida y dejó una última lamida en la punta de su nariz.
—Te
odio —susurró ella justo antes de que él dejara un rastro de chocolate en su
cuello, para lamerlo acto seguido—. Mmmm te odio mucho.
Otro
rastro más en su hombro, solo que esta vez le mordió. Su aliento era exhalado
de manera quebradiza. Uno más entre sus pechos. Ahora limpió ese rastro con
lamidas cortas. El vientre de él notaba como el sexo de ella volvía a
empaparse. Unió sus pezones con una línea de chocolate. Se entretuvo incluso en
jugar con ambos, rozándolos con el trozo de tableta.
—Cabrón…
Él
sonrió y se lanzó a lamer sus pechos, goloso. Uno y otro, con la misma vehemencia.
Los amasó con sus manos para seguir lamiéndolos, juntándolos y alternando su
lengua. Ella se retorcía de placer, se empapaba y amortiguaba los gritos que
luchaban por salir de su garganta.
Siguió
lamiendo sus senos, la respiración de ella hacía que su pecho subiese y bajase
con fuerza, pero él no daba tregua, lamía y mordía arrancándole oleadas de
placer. Hasta que dibujó una flecha de chocolate en su vientre que apuntaba a
su sexo.
Ella
abrió los ojos súbitamente, alzando su cabeza para mirar lo que estaba
haciendo. No dijo nada, solo se limitó a agarrar los cabellos de él con ambas
manos y guiarlo en esa dirección. A la mierda la flecha, quería su lengua y su
boca de inmediato y no aguantaría más jueguecitos.
—Impaciente
—gruñó antes de lanzarse a devorar su sexo. No se molestó en preámbulos
provocadores, hundió su boca como si fuera una fiera hambrienta. Picoteó, lamió
e incluso mordió con sus labios su clítoris, para luego descender y recorrerlo
con su lengua. La hundió y eso la hizo gritar.
Ella
pegaba más la cabeza de su amante en su entrepierna, la movía con fuerza y él,
aunque apenas podía respirar, seguía lamiendo y mordiendo su sexo, probando el
néctar de la excitación.
Y
al final, el deseo venció y ella soltó su cabeza a la par que él se despegó de
su sexo. Ascendió por su cuerpo y la besó, mientras ella le rodeó la cintura
con sus piernas justo cuando la penetró de un golpe. Ambos gritaron a la vez.
—¡Joder!
—exclamó ella mientras él embestía con fuerza. Se miraban a los ojos,
chispeando deseo. Él arrancaba besos de fuego de su boca al tiempo que la
penetraba con fuerza. No había tregua, no ahora cuando por fin habían desatado
la pasión.
—Más.
No pares. ¡Más! —cerró los ojos, sintiendo el peso de su amante sobre ella. Era
una sensación increíble, placentera, excitante, pero también quería moverse a
su antojo y hasta ahora él había llevado las riendas. Se impulsó e hizo que
ambos cuerpos rodaran en la amplia cama, quedando ella ahora a horcajadas sobre
él.
—Me
toca —sonrió con picardía y comenzó a bailar muy, muy lentamente sobre su
cuerpo. Sentía el miembro de él completamente hundido en su sexo y eso la
excitaba. Pero no se movería deprisa. No aún. Retorcía sus caderas haciendo
círculos, bailando como si estuviera danzando de manera exótica, mirándole y
mirándose sus pechos para acariciárselos después.
—¿Te
gustan? ¿Quieres lamerlos otra vez?
Él
bramó, impaciente. No quería pausas ahora y ella lo percibió, dejando escapar
una risita malévola. De nuevo clavó su mirada en él y aumentó el ritmo,
contrayendo los músculos de su vagina y haciendo que él viese aumentado así su
placer. Cerró los ojos, jadeando.
Mientras
acariciaba sus pechos, relamiéndose y botando más deprisa sobre su cuerpo, él
llevó las manos a sus caderas, moviéndola a su antojo. Ella se dejó hacer,
porque aumentaban la velocidad. La habitación se llenó con sus jadeos y sus
gritos.
—No
aguantaré mucho más
—
¡Cállate! —gritó ella, dejando caer sus manos al lado de su cabeza y apoyarse
en la cama para continuar moviéndose. Se mordió el labio inferior, cerrando los
ojos para disfrutar de aquellas maravillosas sensaciones. Ella tampoco
aguantaría mucho más. A pesar del deseo acumulado, esos juegos previos no
habían sido más que una olla a presión que ahora estaba explotando. Llevó las
manos a su pecho, aumentando los gritos.
Él
tensó sus músculos y llevó sus manos de sus caderas hasta su culo, apretándolo
con fuerza. Sonrió y ella supo que su momento estaba cerca. Como el suyo
propio. Esta vez, la guerra de orgasmos quedaría en tablas, lo supo en el mismo
instante en el que la electricidad recorrió su cuerpo y la hizo arquearse hacia
atrás, gritando de nuevo mientras él se corría, perdiéndose en sus propios
gritos. Llegaron a la vez y él se vació en su interior. Y tras unos instantes,
se miraron a los ojos, antes de que ella cayera desplomada a su lado.
—Dos
a uno —susurró ella. Se giró de medio lado y acarició su pecho mientras dejaba
besos cortos sobre su piel.
—Dos
a uno —repitió él, con una sonrisa.
—Casi
me matas antes con el chocolate. Creí que explotaría. No vuelvas a hacerlo,
dios, sentía una presión enorme.
Él
sonrió, casi riéndose. Era una maldad que quería hacer aunque había sentido
exactamente lo mismo, tuvo que luchar contra su propio deseo para volverla así
de loca.
Tras
un rato bastante largo en el que ambos intercambiaron risas, caricias y
confidencias más relajadas, él se levantó y entró en el baño para tomar una ducha.
Tras la puerta entreabierta se escuchaba el agua caer. Ella se mordió el labio
inferior, repitiéndose a sí misma que no podía perder esa guerra. Entró en el
baño, desnuda, y se metió en la ducha con él.
—Ni
por asomo pienses que vamos a quedar dos a uno.