Juegas a llamar mi atención.
Juegas con la luz del sol que entra
por la ventana, con la brisa que mece las cortinas; que mece tu cabello.
Sentada sobre la cama de sábanas de
colores, te haces la despistada mientras mueves tus piernas cruzadas. Tu
sandalia negra adornada con ramitas plateadas amenaza con caerse, tú la haces
chocar suave y deliberadamente una y otra vez contra la planta de tu pie.
Curioso compás de espera el que hacen tus pies. Y es que tus pies lo evocan
todo.
Me miras, vuelves la vista a un
lado. Tus ojos se entrecierran con picardía, tensas la boca en un amago de
sonrisa juguetona, traviesa. Muerdes sutilmente tu labio inferior. Y ese
vestido anaranjado de verano que llevas puesto comienza a volverme loco.
Imagino que te tumbo en esa cama,
que mezclo tu vestido con las sábanas de colores y que arqueo tu cuerpo para
besar tu cuello muy despacio, como a ti te gusta. Y tú… Tú juegas a provocarme.
Me miras. Te recuestas sobre los
codos y tu melena a ondas cubre parcialmente tu rostro de manera graciosa, pero
yo sé que esa sonrisa juguetona sigue ahí, esperando, retándome.
Cierro los ojos un instante y me
veo sobre ti, arrancándote ese vestido anaranjado y jugando con tus senos en mi
boca. Lamiéndolos una y otra vez. Amasándolos con mis manos, moviendo mis dedos
para rozar tus pezones. Te imagino jadeando, imagino tu cabeza echándose hacia
atrás y dejando a la vista tu cuello, tu garganta. ¿Muerdo tu cuello?
Ríes. Descruzas las piernas. Las
separas con una ligera y musical risita que llena el cuarto. Las separas lo
justo para que ese vestido corto anaranjado de verano que llevas se descuelgue,
tapando la visión de lo que escondes.
Sé que no llevas nada debajo. Sabes
que sé que no llevas nada debajo.
¿Y ahora te tumbas? Estás yendo
demasiado lejos. Cierras los ojos y juegas a acariciarte con los pies. ¿Te he
dicho ya que tus pies lo evocan todo?
Eres mala. Dejas caer tus sandalias
al suelo y flexionas las piernas, cuidando de que tu vestido tape lo justo, de
que muestre solo lo que tú quieres mostrar. Eres una experta.
Yo sigo imaginándome sobre ti,
jadeando mientras te penetro, mientras te mueves debajo y me sonríes de manera
sensual, provocadora. Te imagino enroscando tus piernas sobre mi cintura. Y te
imagino exhalando tu aliento sobre mi cuello y erizando mi piel. ¿O es tu piel
la que se eriza?
¿Ves? Ya lo has conseguido, ya me
he levantado cuando te has puesto boca abajo, has flexionado tus piernas y has
cruzado tus pies en el aire, balanceándolos. Ya has conseguido que ese vestido
anaranjado tape hasta algo más arriba de la mitad de tus muslos. Pero no te lo
pondré tan fácil, aunque a estas alturas ya me he rendido. Y tú lo sabes.
¿Y si me acerco y alzo ese vestido
muy despacio con las yemas de mis dedos? ¿Eso te gustaría? Mejor ni lo
pregunto. Claro que te gustaría. Y, mientras lo hago, tú llevarás un dedo a tu
boca y lo morderás, mirándome y volviendo a llenar después la estancia con tu
risa musical y cantarina. Me tienes calado, me tienes completamente calado.
¿Sabes cómo acabará esto? Acabará
contigo sobre mí, moviéndote con ganas, amasando tus propios senos mientras te
relames los labios, mirándome. Tu vestido anaranjado terminará arrugado en el
suelo, haciéndole compañía a tus sandalias negras con ramitas plateadas.
Acabará con nuestros cuerpos dibujando posturas sobre las sábanas de colores. Acabaremos
gritando y sudando. Y tendré tanta sed que no me bastará con beber de tu boca,
también querré beber de tu sexo. Pero eso tú ya lo sabes.
Y ahora, como leyéndome el
pensamiento, clavas tus ojos en mí y paras de balancear tus pies justo en el
punto más alto. Yo me acerco, rodeo la fortaleza que ahora es la cama y sobre
la que tú reinas. Sopeso las distancias, calibro las miradas. Hay que ir con
cuidado.
Tú esbozas la enésima sonrisa.
Pícara sonrisa. Pícara tú. Quieres el santo y seña. De otro modo jamás podré
acceder a la fortaleza que ahora es la cama y sobre la que tú reinas. Pues aquí
la tienes. Apoyo mis rodillas sobre el colchón y cazo uno de tus pies. Sientes
cosquillas, pero aguantas quieta. Yo deslizo mi dedo índice sobre el empeine y
hago que tu piel se erice. ¿Ya has cerrado los ojos? ¿Ya gimes? Hago que tu pie
se flexione, apuntando con los dedos hacia arriba, y recorro uno de tus dedos
con la punta de mi lengua. Y Ahora soy yo quien sonríe con toda la picardía del
mundo y me dispongo a conquistar tu fortaleza.
Bendito vestido
anaranjado. Bendito verano.
0 Responses "El vestido anaranjado"
Publicar un comentario