¿Recuerdas esa noche en la feria?

Posted by Francisco Hergueta On 21:55 0 comentarios

—Me gusta verte leer.
—Uhm. Lidia, ¿Te he despertado? Lo siento.
—No. Simplemente soñaba. Ha sido muy bonito, he soñado con el día más feliz de mi vida. Ven. Cierra el libro y acércate, quiero contártelo.
—Para mí, todos los días a tu lado han sido especiales.
—Shhh.  Deja que te lo cuente… ¿Recuerdas el verano pasado? Fuimos a la feria. Recuerdo que esa noche hacía fresquito, insististe en que me llevase una rebeca, una finita de hilo gris que tenía, pero yo no quise.
—Siempre has sido muy cabezota.
—Esa noche quería sentir. Bajamos a la feria. Recuerdo que llevabas un vaquero azul de esos que me gustan tanto, esos que van lavados a la piedra, y una camiseta llena de colores. Aunque tal vez fuese blanca, pero esa noche todo estaba lleno de color. Nos acercamos a un pequeño puesto donde preparaban mojitos, tú siempre decías que querías llevarme a una de esas islas del Caribe; nos tumbaríamos en dos tumbonas y beberíamos mojitos todo el día. Esa noche, con la copa en la mano, cerraba los ojos e imaginaba que los ruidos de las atracciones eran las olas del mar… Pero tenía que abrirlos porque sentía miedo. Creía que si deseaba muy fuerte estar en esa isla, los abriría y ya no estarías conmigo. Dame la mano, Luis. No quería islas en el Caribe, era feliz estando contigo…
—Lidia…
—No hables, déjame contarte……. Recuerdo que después de bebernos dos copas de mojito quisiste sacarme un peluche. Insistías en que todos los novios les sacaban uno a sus novias. Y yo me reía. Recuerdo que te enfadabas porque creías que me estaba riendo de ti. Y no era así, me reía porque era la mujer más feliz del mundo escuchándote decir eso, que era tu novia… Probaste en un juego de encestar balones, pero lo tuyo jamás fueron los deportes. Luego insististe en probar con los dardos. Recuerdo que te dejaste unos cuantos euros, pero no había manera…
—Casi me arruino, sí.
—Y entonces me cogiste de la mano y me llevaste hasta una tómbola. Tiraste de mí, pero yo me sentía flotar. Tú ibas esquivando a la gente pero yo no veía a nadie, solo te veía a ti, caminando decidido y girándote para sonreírme y decirme que yo tendría el peluche más bonito de la feria. ¿Recuerdas lo que me decías?
—Claro. El peluche más bonito para la chica más bonita.
—…Si. Llegaste al mostrador de la tómbola y le preguntaste al dueño que cuanto costaba un peluche enorme. Un osito enorme con un corazón en la mano en el que se leía “Tú y yo, siempre.” Ese peluche era completamente cursi y ridículo, pero esa noche me parecía el más bonito de todos. Recuerdo que me reía mientras tú discutías con el tombolero. Él te decía que tenías que comprar papeletas y que tal vez te tocase, y tú insistías en que tenías tan mala suerte que jamás te tocaría. Al final dejaste veinte euros en el mostrador. Aquel hombre me miró, sonrió y descolgó el peluche mientras me decía que nunca había visto a un tío tan cabezota… ¡Qué vergüenza sentí! Y que feliz iba después con tu peluche abrazado. No lo solté en toda la noche.
—No lo soltaste ni para subir en los coches de choque.
—Sí… Es cierto…
— ¿Quieres que te traiga agua?
—No, todo está bien. Antes pensaba que aquello solo lo hacían los niñatos y las parejas de adolescentes. Pero esa noche, en la que hicimos lo que el resto, esa noche me sentí la chica más especial del mundo. Quizás fuese el mojito, o quizás fuese que estaba completamente loca por ti, pero esa noche necesitaba sentirme normal y especial a la vez. ¡Los ojos se te abrieron como platos cuando quise subir en los coches de choque!... Recuerdo que tú no lo dudaste. Me cogiste de nuevo de la mano y yo me dejé guiar por ti. Abrazaba fuerte a tu peluche, no quería perderlo. Sacaste un par de fichas y montamos. El encargado nos dijo que no podíamos subir con el peluche, pero le dijiste que habías estado veinte minutos discutiendo con el tombolero por él y que podías estar otros veinte minutos discutiendo perfectamente. Al final se dio la vuelta y se marchó. Yo no podía parar de reír, Luis. Esa noche flotaba. ¿Recuerdas la canción que sonaba en la feria una y otra vez?
—Mmm, sí, claro que sí. Una de “La Oreja,” esta noche me has sacado a bailar”. Tú odias esos grupos, eres más de rock.
—Desde esa noche esa es mi canción favorita. La escuchaba mientras reía, mientras abrazaba el peluche, mientras discutías con los feriantes por mí. Mientras bebíamos los mojitos. Mientras chocábamos con los coches. Mientras paseábamos por el ferial. Recuerdo que escuchando esa canción, me miraba y sonreía, llevaba puesto un vestido azul que se movía mientras caminábamos…
— ¿Lidia?
—Baja la cama, quiero tumbarme. Y acerca el mp3, quiero escuchar esa canción junto a ti de nuevo. Ven, ponme un auricular y ponte tu otro. Y apriétame la mano fuerte, Luis. Como aquella noche en la feria… No me sueltes Luis, no me sueltes.

Lidia cerró los ojos y sonrió. La canción volvió a sonar y ambos la escucharon por última vez. Y ella se quedó así, como dormida. Su rostro ojeroso y pálido rezumaba calma y paz. La mano de ella quedó sin fuerzas aunque aún continuaba con sus dedos huesudos entrelazados a la de él. La sábana blanca de hospital cubría el delgado cuerpo de Lidia hasta su cintura, el pijama verde con motas azules dejaba ver algo de su cuello, completamente escuálido. Pero a pesar de todo, él la seguía encontrando la chica más guapa de todas.
 Luis sintió un horrible nudo en la garganta y sintió como ese nudo rompía en llanto. Acarició la cabeza completamente calva de ella con las yemas de sus dedos mientras dejaba un dulce beso en sus labios. Sus lágrimas mojaron el rostro quieto de Lidia.
El aparato al que estaba conectada  comenzó a pitar y al cabo de un instante dos enfermeras entraron en la habitación. Luis se puso en pie, llevando su mano hasta su boca y besando sus dedos, para llevarlos a los labios de ella y acariciarlos a modo de despedida. Salió de la habitación, notando un inmenso vacío en su pecho, el cual se llenaba con la sensación de alivio al saber que ella, por fin, descansaba.  

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Luis y Lidia caminaban de la mano por su feria. Ella sonreía, agarrando el peluche con fuerza. Miraba las luces, seguía escuchando aquella canción, su canción. “¿Cómo imaginar que ibas a curar mis penas?” Se detuvo de golpe, dejando un beso en su mejilla al tiempo que un golpe de brisa le robó el pañuelo de la cabeza. Ella se entristeció, sintiéndose de golpe horriblemente fea. La quimio causaba estragos en su cuerpo y la había dejado completamente calva.
—Eres la chica más bonita de la feria. Te quiero.

Y de nuevo la vida la sacó a bailar, y sintió como él no solo la cogía de la mano en la feria. También tiraba de ella y la sacaba de esa tristeza llenando su mundo de color y de música, como su canción. Como esa noche.

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