Habitación 313

Posted by Francisco Hergueta On 10:52 1 comentarios


Podría ser la de un motel de carretera, la de un lujoso hotel céntrico o quizá la más sucia habitación de algún hostal perdido…
Podría ser verano, invierno, día, noche…
Y podría estar en cualquier lugar...
Pero era esa habitación, ese momento. En esa ciudad.
Tal vez ellos podrían culpar a las circunstancias de haber acabado allí, a un torbellino de casualidades que les habría arrastrado irremediablemente hasta esa habitación, pero los dos sabían que solo las decisiones tomadas por ambos tenían la culpa. ¿Y que mas daba?
                            
Fue ella quien entró en último lugar, cerrando la puerta que la esperaba entreabierta. Recorrió el corto pasillo, mirando de reojo a su izquierda. Allí estaba el baño, con una magnífica ducha que le dio unas cuantas ideas para pasar ese rato. Entró en la parte principal del dormitorio y lo recorrió con la mirada fugazmente: estancia amplia, con un pequeño mueble bar donde estaba la tele, grandes ventanales con las cortinas cerradas, dos mesitas… Pero enseguida fijó la vista en la cama, donde le esperaba él, tumbado de medio lado y completamente vestido. Eso le extrañó; entrecerró los ojos, preguntándole sin hablar.
—Ven. Túmbate —la voz de él surcó el aire en un susurro. Por su sonrisa pícara y su mirada lasciva, ella sabía que algo tenía preparado. Algún juego perverso, alguna maldad. Avanzó hasta la cama y se sentó a los pies, dándole la espalda y tomándose su tiempo mientras se descalzaba. Quería hacerle esperar y sufrir a partes iguales.
Dejó caer ambas botas al suelo y volvió a ponerse en pie. Miró la mesita de noche, donde descansaba una tableta de chocolate abierta y un calentador de porcelana que se usan para ambientar, con una vela encendida debajo.
—Mmmm, ¿chocolate? —preguntó ella con picardía, tumbándose de medio lado y mirándole. Pero el negó, y la colocó boca arriba, rodeando su vientre con su brazo izquierdo.
—El chocolate para después —hizo una pausa, acercándose más a ella—. Bienvenida.
Y alzó el rostro para besar sus labios. Ella siguió el beso rodeando con los suyos el cuello de él para atraerlo más. Ambas lenguas se entrelazaron con deseo y urgencias, ansiosas la una de la otra. La mano izquierda de él descendía como una serpiente por su vientre hasta llegar a sus vaqueros, los cuales desabrochó y bajó su cremallera. Aquella situación comenzaba a arder nada más empezar.
Ella comenzó a jadear, primero lento pero cada vez más intensamente a medida que el deslizaba los dedos entre sus braguitas, llegando a la vulva. Para colmo se entretenía en besar su cuello, en lamerlo muy sutilmente, dejando besos sonoros y cortos. Él movía los dedos en su sexo, notando cada vez más como se empapaba su entrepierna y como se removía inquieta en la cama.
—Shhh, solo déjame hacer.
—Joder, vas a matarme. Creí que ¡ahhh! —Gimió de nuevo, muy excitada—. ¡Creí que jugaríamos primero!
Él sonrió, mordiendo su oreja y aumentando la estimulación en su clítoris. Ella jadeaba cada vez más excitada, pues él sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Si eso era el principio, el juego previo… ¿Qué vendría después? Decidió no pensar, dejar su mente en blanco y que el placer la inundara.
Él seguía besando su cuello y moviendo sus dedos de manera acompasada. A pesar de estar los dos vestidos, de no haberse abrazado ni siquiera, aquella situación les estaba volviendo locos de deseo, les daba aún más ganas de tenerse de las que ya arrastraban desde hace tiempo.
—Vas a hacer que me corra.
En ese instante introdujo su dedo en su interior, sonriendo con malicia. Ella dejó escapar un grito de placer.
—Es lo que intento —le susurró como respuesta y, ahora sí, sus dedos comenzaron a moverse frenéticamente, estimulando su clítoris e introduciéndose en ella alternativamente. Los movía en perfectos círculos, o arriba y abajo, o dentro y fuera, mientras ella se perdía en su mundo de placer, dejándose hacer. Su vello estaba erizado debido a las caricias de él en su cuello. Con su lengua.
No aguantaría mucho más así. Gritó, jadeó… incluso lo miró con cierta fiereza, maldiciéndole por lo que le estaba haciendo.
Hasta que se corrió. Su cuerpo se tensó, convulsionándose y gritando con fuerza su nombre. Se mordió el labio inferior hasta marcárselo y abrió mucho los ojos, mirándole. El dejó el dedo en su interior mientras clavaba su vista en ella. Se había corrido.
Sacó sus dedos de su sexo muy despacio y los llevó hasta su boca, haciendo que ella probara sus propios jugos con lascivia. Los lamió, mirándole y provocándole.
—Uno a cero —sonrió, mirando su cuerpo aún prisionero del deseo. Ella entrecerró los ojos. ¿Era una guerra de orgasmos? Nunca habría imaginado una guerra de orgasmos. No le gustaban las guerras, hasta ese instante.
—Ahora sí, desnúdate —le pidió, sacándola de su ensimismamiento mientras le dejaba espacio en la cama. Eso la irritaba, esa paciencia casi eterna que parecía tener. Una parte de su ser hubiese deseado que la hubiese empotrado contra la pared nada más entrar en la habitación, que la hubiese devorado. Pero otra parte de ella, mucho más profunda y oscura, le deseaba justo así. Paciente, pervertido.
Ambos se desnudaron. Él estaba excitado y no se molestaba en ocultarlo. Dejó que ella se tumbase primero para poder tumbarse sobre su cuerpo, tomando el chocolate ya caliente y a medio derretir del quemador.
—Vas a volverme loca. Eres como un témpano de hielo que arde.
            Él sonrió, untando un poco de chocolate caliente sobre sus labios y lamiéndolos después para limpiarlos. Ambos gimieron ante el contacto, así que repitió la operación de nuevo, solo que esta vez la besó apasionadamente.
Ella rodeó su nuca con sus manos, atrayéndole más. Necesitaba ese beso, un beso cargado de deseo y sobre todo de ganas, un beso que llevaban esperando demasiado tiempo y que él, en un juego cruel, le había negado nada más verse para enloquecerla aún más.
Se mordían los labios en ese beso, entrelazaban sus lenguas en una lucha por colonizar la boca del otro, sus alientos se mezclaban con sus jadeos. Ella sujetaba su cabeza sin querer dejarle escapar y las manos de él bajaban, acariciando su cuerpo.
Ahora mismo, y mientras el chocolate se derretía ligeramente entre sus dedos, su deseo le ordenaba que la penetrara en ese instante, que saciara ese torbellino de ganas que le tenían muy excitado, pero se controló. Quería jugar con ella, quería devorarla, saborear cada centímetro de su cuerpo y memorizar cada jadeo que saliera de su boca. Separó sus labios de los de ella con una sonrisa pérfida y dejó una última lamida en la punta de su nariz.
—Te odio —susurró ella justo antes de que él dejara un rastro de chocolate en su cuello, para lamerlo acto seguido—. Mmmm te odio mucho.
Otro rastro más en su hombro, solo que esta vez le mordió. Su aliento era exhalado de manera quebradiza. Uno más entre sus pechos. Ahora limpió ese rastro con lamidas cortas. El vientre de él notaba como el sexo de ella volvía a empaparse. Unió sus pezones con una línea de chocolate. Se entretuvo incluso en jugar con ambos, rozándolos con el trozo de tableta.
—Cabrón…
Él sonrió y se lanzó a lamer sus pechos, goloso. Uno y otro, con la misma vehemencia. Los amasó con sus manos para seguir lamiéndolos, juntándolos y alternando su lengua. Ella se retorcía de placer, se empapaba y amortiguaba los gritos que luchaban por salir de su garganta.
Siguió lamiendo sus senos, la respiración de ella hacía que su pecho subiese y bajase con fuerza, pero él no daba tregua, lamía y mordía arrancándole oleadas de placer. Hasta que dibujó una flecha de chocolate en su vientre que apuntaba a su sexo.
Ella abrió los ojos súbitamente, alzando su cabeza para mirar lo que estaba haciendo. No dijo nada, solo se limitó a agarrar los cabellos de él con ambas manos y guiarlo en esa dirección. A la mierda la flecha, quería su lengua y su boca de inmediato y no aguantaría más jueguecitos.
—Impaciente —gruñó antes de lanzarse a devorar su sexo. No se molestó en preámbulos provocadores, hundió su boca como si fuera una fiera hambrienta. Picoteó, lamió e incluso mordió con sus labios su clítoris, para luego descender y recorrerlo con su lengua. La hundió y eso la hizo gritar.
Ella pegaba más la cabeza de su amante en su entrepierna, la movía con fuerza y él, aunque apenas podía respirar, seguía lamiendo y mordiendo su sexo, probando el néctar de la excitación.
Y al final, el deseo venció y ella soltó su cabeza a la par que él se despegó de su sexo. Ascendió por su cuerpo y la besó, mientras ella le rodeó la cintura con sus piernas justo cuando la penetró de un golpe. Ambos gritaron a la vez.
—¡Joder! —exclamó ella mientras él embestía con fuerza. Se miraban a los ojos, chispeando deseo. Él arrancaba besos de fuego de su boca al tiempo que la penetraba con fuerza. No había tregua, no ahora cuando por fin habían desatado la pasión.
—Más. No pares. ¡Más! —cerró los ojos, sintiendo el peso de su amante sobre ella. Era una sensación increíble, placentera, excitante, pero también quería moverse a su antojo y hasta ahora él había llevado las riendas. Se impulsó e hizo que ambos cuerpos rodaran en la amplia cama, quedando ella ahora a horcajadas sobre él.
—Me toca —sonrió con picardía y comenzó a bailar muy, muy lentamente sobre su cuerpo. Sentía el miembro de él completamente hundido en su sexo y eso la excitaba. Pero no se movería deprisa. No aún. Retorcía sus caderas haciendo círculos, bailando como si estuviera danzando de manera exótica, mirándole y mirándose sus pechos para acariciárselos después.
—¿Te gustan? ¿Quieres lamerlos otra vez?
Él bramó, impaciente. No quería pausas ahora y ella lo percibió, dejando escapar una risita malévola. De nuevo clavó su mirada en él y aumentó el ritmo, contrayendo los músculos de su vagina y haciendo que él viese aumentado así su placer. Cerró los ojos, jadeando.
Mientras acariciaba sus pechos, relamiéndose y botando más deprisa sobre su cuerpo, él llevó las manos a sus caderas, moviéndola a su antojo. Ella se dejó hacer, porque aumentaban la velocidad. La habitación se llenó con sus jadeos y sus gritos.
—No aguantaré mucho más
— ¡Cállate! —gritó ella, dejando caer sus manos al lado de su cabeza y apoyarse en la cama para continuar moviéndose. Se mordió el labio inferior, cerrando los ojos para disfrutar de aquellas maravillosas sensaciones. Ella tampoco aguantaría mucho más. A pesar del deseo acumulado, esos juegos previos no habían sido más que una olla a presión que ahora estaba explotando. Llevó las manos a su pecho, aumentando los gritos.
Él tensó sus músculos y llevó sus manos de sus caderas hasta su culo, apretándolo con fuerza. Sonrió y ella supo que su momento estaba cerca. Como el suyo propio. Esta vez, la guerra de orgasmos quedaría en tablas, lo supo en el mismo instante en el que la electricidad recorrió su cuerpo y la hizo arquearse hacia atrás, gritando de nuevo mientras él se corría, perdiéndose en sus propios gritos. Llegaron a la vez y él se vació en su interior. Y tras unos instantes, se miraron a los ojos, antes de que ella cayera desplomada a su lado.
—Dos a uno —susurró ella. Se giró de medio lado y acarició su pecho mientras dejaba besos cortos sobre su piel.
—Dos a uno —repitió él, con una sonrisa.
—Casi me matas antes con el chocolate. Creí que explotaría. No vuelvas a hacerlo, dios, sentía una presión enorme.
Él sonrió, casi riéndose. Era una maldad que quería hacer aunque había sentido exactamente lo mismo, tuvo que luchar contra su propio deseo para volverla así de loca.
Tras un rato bastante largo en el que ambos intercambiaron risas, caricias y confidencias más relajadas, él se levantó y entró en el baño para tomar una ducha. Tras la puerta entreabierta se escuchaba el agua caer. Ella se mordió el labio inferior, repitiéndose a sí misma que no podía perder esa guerra. Entró en el baño, desnuda, y se metió en la ducha con él.

—Ni por asomo pienses que vamos a quedar dos a uno. 

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1 Response to "Habitación 313"

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