Madrid, 3:13 de la madrugada.
La puerta del ascensor
se abrió en la planta séptima. Yaiza fue la primera en bajar, seguida de Mateo
y Aarón. Todo el edificio estaba en silencio.
Mateo abrió la puerta
de su lujoso y exclusivo apartamento, cediendo el paso a la mujer. Esta sonrió
galante y descalzó sus finos y preciosos pies de los tacones negros que
llevaba. Soltó un leve gemido de alivio y entró, caminando despacio sobre el
parquet en dirección al salón.
La joven, de unos
veintiocho años de edad, rezumaba morbo a cada paso. Su vestido negro a juego
con los tacones bailaba pegado a su cuerpo de manera perfecta. Era un vestido
de tirantes, de generoso escote y espalda al aire. Su piel, ligeramente
tostada, aún conservaba el aroma a perfume que horas antes se impregnó mientras
se bañaba. Entró en el salón, soltando los tacones de su mano derecha sobre la
gruesa moqueta de pelo gris oscuro y llevó la mano izquierda a su nuca, girando
el rostro de medio lado y sonriendo a sus acompañantes de manera provocadora,
con esa sonrisa leve pero que lograba clavarse. El pelo corto y ondulado permitía
ver su cuello, el cual ahora se acariciaba como futura promesa.
Aarón iba tras ella,
esbozando una fina y pícara sonrisa. Sus ojos verdes oliva recorrían el cuerpo
de Yaiza. No reparó, mientras la seguía hacia el salón, en el pequeño aparador
negro del pasillo ni en el enjambre de fotos que había colgado en la pared
sobre éste. Fotos de los tres en diferentes sitios y en diferentes poses, pero
siempre sonriendo y mostrando la enorme complicidad que se tenían.
Se quitó la chaqueta
gris oscura y la dejó caer sobre un silloncito que adornaba un rincón de ese
pasillo, entrando tras Yaiza al salón y dejándose caer en uno de los sofás
oscuros con adornos cromados. Se notaba que tenía más o menos la misma edad de
ella, y se notaba también que le gustaba cuidarse. Si bien en alguna de esas
fotos salía con una poblada barba y con unas greñas castañas oscuras más
descuidadas de lo normal, ahora iba perfectamente afeitado y peinado. Se
recostó en el sofá mientras Yaiza buscaba el mando del equipo de música sobre
la mesita gris oscura y metálica que había justo en el centro del salón.
Mateo cerró la puerta
del apartamento y dejó las llaves sobre el aparador. También se quitó la
chaqueta de su smoking y la dejó sobre la de Aarón, desabrochando a
continuación sus puños y pajarita. Era un hombre de más edad, rondaría los
treinta y cinco. Tenía el pelo castaño claro aunque algunas veces parecía rubio
si le daba el sol. Siempre llevaba el pelo corto y barba perfectamente cuidada.
Era un hombre atlético aunque no tenía el físico de su amigo. Pero su rostro
seductor y sus labios carnosos y jugosos lo compensaban.
Se dirigió a la pequeña
barra que tenía en un rincón, subiendo un escalón pues la estancia estaba a dos
alturas. Sacó tres vasos de un mueble y se dispuso a preparar tres copas, esa
noche de fiesta cara terminaría de la mejor de las maneras.
Yaiza pulsó los botones
del mando y volvió a dejarlo sobre la mesita. Casi al instante comenzó a sonar
muy suave y bajito “y nos dieron las diez” de Sabina, canción que ella misma se
puso a canturrear, moviendo lentamente su cuerpo. Retó con la mirada a Aarón y
él se removió en el sofá. Esa mujer no necesitaba nada, era como una diosa vestida
de negro. Ni pulseras, ni joyas... Solo su vestido azabache y unos pequeños
pendientes de oro blanco. Eso era todo. Y en ese instante lograba que el joven
se mordiera su labio inferior.
—…Tú reinabas detrás de
la barra del único bar que vimos abierto. Cántame una canción al oído, y te
pongo un… Mmmm —en ese momento, mientras Yaiza devoraba con los ojos a Aarón y
cantaba para él, Mateo puso una de las copas en su nuca y la bajó siguiendo la
línea de la espalda hasta el inicio de sus nalgas. Eso erizó el vello de Yaiza
e hizo que cerrara los ojos. Mateo retiró la copa y rodeó su cintura con ese
brazo, mientras que con la otra mano acarició su cuello, envolviéndolo con los
dedos y comenzando a dejar besos cortos y lentos en su piel, cerca de su oído,
descendiendo.
Yaiza jadeaba despacio,
dejándose hacer.
Aarón se levantó del
sofá y cogió las otras dos copas, tendiéndole una a ella y dando un sorbo a la
otra. Yaiza sonrió, mojó los dedos en su copa y alargó el brazo hasta Aarón,
quien le devolvió la sonrisa con complicidad. De nuevo tomó ambas copas y las
dejó sobre la mesa, arrodillándose y caminando a gatas hasta la diosa que en
ese momento era devorada por los labios de Mateo. Llegó hasta su mano y lamió
sus dedos mojados de licor, besando después su dorso y ascendiendo lentamente
por su brazo.
Ambos hombres
comenzaban su particular festín en el que ella era el plato principal… Y el
postre.
—….Luego todo pasó, de
repente, tu copa en mi espalda, dibujó un corazón, y tus manos le
correspondieron debajo de mi falda…
Yaiza varió a propósito
la letra de la canción. Mateo sonrió y dibujó un corazón en la espalda desnuda
de ella con la copa empañada mientras Aarón colaba sus manos bajo su falda,
acariciando despacio su piel y mordiéndose el labio inferior mientras la
miraba. Bajaba lentamente sus braguitas
de encaje negro, tocando descaradamente sus muslos con sus manos y apoyaba su
nariz en su sexo, aspirando su aroma. Ella alzó los pies para que él pudiera
retirar las braguitas por completo mientras jadeaba cada vez con más
intensidad.
Mateo dejó de besar su
cuello, dejó de pasar su copa empañada por su espalda. Ella se quejó, pero solo
fue un instante. El instante justo en el que Aarón dejaba unos centímetros
entre su rostro y el cuerpo de ella y el instante justo en el que Mateo quitaba
los tirantes negros de sus hombros, dejando caer el vestido al suelo y
desnudándola.
—…Vosotros queríais
dormir conmigo y yo no quería dormir sola… —y en ese instante, justo en ese
instante, todo se desató.
Aarón, quien sostenía
sus braguitas con su mano derecha, se pegó a su sexo y comenzó a lamerlo con
fuerza, hundiendo su lengua en él y aspirando su aroma. La miraba a los ojos y
ella le devolvía la mirada, separando un poco más sus piernas. Mateo paseaba la
copa fría y empañada por sus senos, haciendo que sus pezones se endureciesen
mientras su boca mordía y besaba su cuello.
Yaiza estaba desbocada,
empapada. Sus manos se enredaban en los cabellos de Aarón, indicándole primero
que lamiera su sexo, que hundiera su lengua y luego que picoteara su clítoris.
Era como un juguete para ella.
Mateo se pegaba por
detrás a su cuerpo. Bajo su pantalón negro de smoking podía notar su erección,
presionando el inicio de sus nalgas. Podía notar incluso como palpitaba
pidiendo salir. Y eso la volvía aún más loca.
—Átala —susurró Mateo
separándose de ella. Aarón, antes de imitarle, hundió su lengua por completo en
su sexo y lo recorrió de abajo a arriba, muy despacio, tanto que Yaiza le
maldijo por lo bajo. Tomó las braguitas, sonrió relamiéndose y Yaiza le
devolvió la sonrisa, inclinándose hacia delante y besando su boca con pasión,
con total descaro. Él, mientras tanto, coló las braguitas por sus muñecas y las
anudó, aprisionando sus manos. Cuando logró separarse de sus labios, ambos hombres
hicieron que se arrodillara.
Atada, desnuda y
arrodillada. La diosa estaba expuesta a ellos.
A dos hombres que la
devoraban, que se recreaban en su cuerpo delgado, en sus formas sensuales. En
su piel perfecta y perfumada y en su pequeña mata de pelo corto sobre su sexo.
Una diosa a su disposición.
—¿Champagne? —Preguntó
Mateo a Aarón, quien asintió. Ella enseguida se removió, inquieta, y les
maldijo por parar en ese instante. Pero Mateo negó con la cabeza y retiró la
pajarita desanudada de su cuello. La llevó hasta los ojos de Yaiza y la usó a
modo de venda. Ella protestaba, pero todo era parte del juego. Se mordía con
fuerza su propio labio inferior cuando todo se volvió negro.
La canción de Sabina
acabó, los amantes que relataba no volvieron a encontrarse pero ella sabía que
ese no sería su final, no. Ahora mismo, arrodillada y justo cuando acababa de
escuchar una botella de champagne descorcharse, supo que todo aquello no había
hecho más que empezar. Unos segundos más, en los que ella escuchó zapatos caer
a la moqueta, amortiguando ésta su sonido. Más prendas al suelo. Unas mano que
acariciaba su pelo, corto y ondulado, descendiendo hasta su cuello y otras
manos que tomaban las suyas, levantándola.
Sintió el duro miembro
de Mateo presionar su nuca e ir bajando a medida que ella se levantaba,
recorriendo su espina dorsal hasta perderse entre sus nalgas cuando ella estuvo
de pie.
—No hay copas —le
susurró Mateo al oído—. Así que beberemos champagne de ti.
Al escuchar eso, Yaiza
sintió como se empapaba y como le temblaban las piernas. Volvió a sentir la
lengua de Aarón obrar maravillas en su sexo, mientras sus manos ascendían y
tocaban sus senos, bajando hasta sus muslos. Mateo tiró de sus braguitas con
una mano, liberando las suyas. Ella soltó un jadeo de alivio y se lanzó a
acariciarles a ambos, pero Mateo lo impidió.
Ella no podía ver nada
aún. Pero si sentir. Y sintió como Mateo tiró de su pelo hacia atrás, haciendo
que arqueara su cuello. Y sintió el torrente frío y espumoso de champagne que
él derramaba en su barbilla, dejando caer algo en su boca y haciendo que el
resto recorriera su cuello, bajara entre sus senos, mojando sus pezones y
terminara finalmente entre sus piernas, donde Aarón lo bebía gustoso junto a
los jugos que ella rezumaba.
Se estaban poniendo
perdidos, se estaban devorando.
Mateo lamía ahora su
cuello, ella se arqueaba para dejarle lamer uno de sus senos mientras Aarón
subía y lamía el otro. Ella retorcía sus brazos para tratar de abrazarlos a
ambos, se dejaba caer en esa orgía de placer que ellos le daban.
Estaban bebiendo champagne
de su cuerpo, pocas eran las gotas que caían sobre la moqueta gris.
Aarón hundió dos dedos
en su empapado sexo.
Mateo hundió uno en su
culo.
Ella gritó de placer.
—Folladme. Ahora. No me
deis tregua, destrozadme —suplicó. Aarón le hizo un gesto a su amigo con el
rostro y este asintió. Mientras Mateo la tomaba de la mano, el joven derramó lo
que quedaba de champagne sobre la mesita metálica que había delante de los
sofás. Yaiza se tumbó sobre ella y abrió sus piernas. Otra perversión más que
aceptaría de buena gana.
Fue Aarón el primero.
Agarró sus piernas y las colocó sobre sus hombros, penetrándola sin dar mayor
tregua, tal y como ella exigió. Yaiza rompió a gritar, a jadear, mientras Aarón
se movía con fuerza y la movía a ella, haciendo que su cuerpo resbalase sobre
el metal debido al champagne que en ese instante actuaba de lubricante entre
mesa y piel.
Metal frío, champagne
frío y espumoso. Piel hirviendo… Aarón taladrándola. ¿Y Mateo?
No se hizo esperar,
Yaiza sintió como su miembro reclamaba su lengua. Ella arqueó su cuello y dejó
que él la penetrara también en la boca. ¿Había medida? No. ¿Había pasión,
fuego, lascivia? Toda.
Ahora los tres eran una
suerte de baile rítmico, de danza acompasada por los gritos guturales de ella y
los bramidos de ellos. Música que ella acababa de tocar acariciándose a sí
misma sus senos.
Y tampoco había tregua.
Aarón y Mateo intercambiaron posiciones haciéndola girar sobre la mesita
metálica. Los tres estaban empapados de champagne y de sudor, mejor, era el
combinado perfecto.
Mateo imitó a su amigo
y colocó las piernas de ella sobre sus hombros, embistiéndola con fuerza. Aarón
llevó su polla hasta su boca y Yaiza pudo sentir el sabor de su propio sexo
impregnado en ella.
Y de nuevo esa danza
erótica y desfasada.
Y Yaiza “murió” sobre
esa mesa al tener su primer orgasmo. Gritó, se tensó… y finalmente dejó caer
sus brazos cuando le sobrevino el éxtasis. El dorso de sus manos acariciaba la
moqueta mientras sus dos amantes no se cansaban de penetrarla, de cambiar
posiciones.
—Los dos… —Susurró,
volviendo como una diosa de entre los muertos. Aarón, quien en ese momento la
penetraba, salió de ella e hizo que se incorporara, abrazándola a su cuerpo.
Llevó sus manos hasta sus nalgas y la alzó como si de una pluma se tratara,
llevándola hasta el centro del salón. Ambos se retorcieron y ella logró
ensartarse en el miembro duro de su joven amante, comenzando de nuevo éste a
penetrarla, alzándola y dejándola caer. Sus brazos musculados la sostenían,
ella se enroscaba en su cintura con sus piernas como si fuera una serpiente
mientras sus brazos rodeaban su espalda y su boca mordía su cuello.
Y Mateo no esperó. Con
su miembro lubricado por la boca de ella, separó sus nalgas y penetró
lentamente su culo. Yaiza sintió una punzada de dolor, el cual cesó
inmediatamente dando paso al torrente de placer. Sabían moverse, Aarón aminoró
la fuerza para que ella se acomodara mientras Mateo iba conquistando su culo.
Él bramaba de placer, sintiendo como los músculos se cerraban alrededor de su
pene, estrangulándolo.
—No puedo más —gritó,
aumentando la fuerza de las penetraciones mientras Aarón hacía lo mismo. Tras
esos segundos de acomode, ambos dos la penetraban acompasados, dentro y fuera
como si fueran un mecanismo perfectamente ensamblado. Y ella les sentía a
ambos, aferrándose al cuerpo de Aarón, arañando su espalda y mordiendo con
fuerza su hombro, jadeando y respirando con intensidad.
Mateo sudaba, alargando
todo lo que podía un orgasmo que ya era inminente, como el de Aarón, quien
además de penetrarla la sostenía entre sus manos.
—Sí. Folladme. No
dejéis nada de mí.
De nuevo, Yaiza moría
entre los brazos de sus amantes. Una embestida más y su cuerpo volvió a
tensarse y a estallar en un poderoso e intenso orgasmo. Y al contraer su
cuerpo, Mateo vio doblegada su resistencia y gritó, corriéndose en su culo. Aarón
también sintió los espasmos de Yaiza en su sexo y también se corrió,
llenándola. Los tres llegaron al orgasmo perfectamente sincronizados,
perdiéndose en ese universo de sensaciones y sintiendo a flor de piel cada
segundo de la noche vivida. Sintiendo también el champagne de la moqueta gris
mojar su piel cuando se dejaron caer sobre ella, hechos un ovillo. Yaiza besó
sus bocas y acarició sus rostros. Reía con una sonrisa radiante.
¿Sería el champagne?
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