Champagne

Posted by Francisco Hergueta On 17:18 0 comentarios


Madrid, 3:13 de la madrugada.

La puerta del ascensor se abrió en la planta séptima. Yaiza fue la primera en bajar, seguida de Mateo y Aarón. Todo el edificio estaba en silencio.

Mateo abrió la puerta de su lujoso y exclusivo apartamento, cediendo el paso a la mujer. Esta sonrió galante y descalzó sus finos y preciosos pies de los tacones negros que llevaba. Soltó un leve gemido de alivio y entró, caminando despacio sobre el parquet en dirección al salón.

La joven, de unos veintiocho años de edad, rezumaba morbo a cada paso. Su vestido negro a juego con los tacones bailaba pegado a su cuerpo de manera perfecta. Era un vestido de tirantes, de generoso escote y espalda al aire. Su piel, ligeramente tostada, aún conservaba el aroma a perfume que horas antes se impregnó mientras se bañaba. Entró en el salón, soltando los tacones de su mano derecha sobre la gruesa moqueta de pelo gris oscuro y llevó la mano izquierda a su nuca, girando el rostro de medio lado y sonriendo a sus acompañantes de manera provocadora, con esa sonrisa leve pero que lograba clavarse. El pelo corto y ondulado permitía ver su cuello, el cual ahora se acariciaba como futura promesa.

Aarón iba tras ella, esbozando una fina y pícara sonrisa. Sus ojos verdes oliva recorrían el cuerpo de Yaiza. No reparó, mientras la seguía hacia el salón, en el pequeño aparador negro del pasillo ni en el enjambre de fotos que había colgado en la pared sobre éste. Fotos de los tres en diferentes sitios y en diferentes poses, pero siempre sonriendo y mostrando la enorme complicidad que se tenían.

Se quitó la chaqueta gris oscura y la dejó caer sobre un silloncito que adornaba un rincón de ese pasillo, entrando tras Yaiza al salón y dejándose caer en uno de los sofás oscuros con adornos cromados. Se notaba que tenía más o menos la misma edad de ella, y se notaba también que le gustaba cuidarse. Si bien en alguna de esas fotos salía con una poblada barba y con unas greñas castañas oscuras más descuidadas de lo normal, ahora iba perfectamente afeitado y peinado. Se recostó en el sofá mientras Yaiza buscaba el mando del equipo de música sobre la mesita gris oscura y metálica que había justo en el centro del salón.

Mateo cerró la puerta del apartamento y dejó las llaves sobre el aparador. También se quitó la chaqueta de su smoking y la dejó sobre la de Aarón, desabrochando a continuación sus puños y pajarita. Era un hombre de más edad, rondaría los treinta y cinco. Tenía el pelo castaño claro aunque algunas veces parecía rubio si le daba el sol. Siempre llevaba el pelo corto y barba perfectamente cuidada. Era un hombre atlético aunque no tenía el físico de su amigo. Pero su rostro seductor y sus labios carnosos y jugosos lo compensaban.

Se dirigió a la pequeña barra que tenía en un rincón, subiendo un escalón pues la estancia estaba a dos alturas. Sacó tres vasos de un mueble y se dispuso a preparar tres copas, esa noche de fiesta cara terminaría de la mejor de las maneras.

Yaiza pulsó los botones del mando y volvió a dejarlo sobre la mesita. Casi al instante comenzó a sonar muy suave y bajito “y nos dieron las diez” de Sabina, canción que ella misma se puso a canturrear, moviendo lentamente su cuerpo. Retó con la mirada a Aarón y él se removió en el sofá. Esa mujer no necesitaba nada, era como una diosa vestida de negro. Ni pulseras, ni joyas... Solo su vestido azabache y unos pequeños pendientes de oro blanco. Eso era todo. Y en ese instante lograba que el joven se mordiera su labio inferior.

—…Tú reinabas detrás de la barra del único bar que vimos abierto. Cántame una canción al oído, y te pongo un… Mmmm —en ese momento, mientras Yaiza devoraba con los ojos a Aarón y cantaba para él, Mateo puso una de las copas en su nuca y la bajó siguiendo la línea de la espalda hasta el inicio de sus nalgas. Eso erizó el vello de Yaiza e hizo que cerrara los ojos. Mateo retiró la copa y rodeó su cintura con ese brazo, mientras que con la otra mano acarició su cuello, envolviéndolo con los dedos y comenzando a dejar besos cortos y lentos en su piel, cerca de su oído, descendiendo.

Yaiza jadeaba despacio, dejándose hacer.

Aarón se levantó del sofá y cogió las otras dos copas, tendiéndole una a ella y dando un sorbo a la otra. Yaiza sonrió, mojó los dedos en su copa y alargó el brazo hasta Aarón, quien le devolvió la sonrisa con complicidad. De nuevo tomó ambas copas y las dejó sobre la mesa, arrodillándose y caminando a gatas hasta la diosa que en ese momento era devorada por los labios de Mateo. Llegó hasta su mano y lamió sus dedos mojados de licor, besando después su dorso y ascendiendo lentamente por su brazo.

Ambos hombres comenzaban su particular festín en el que ella era el plato principal… Y el postre.

—….Luego todo pasó, de repente, tu copa en mi espalda, dibujó un corazón, y tus manos le correspondieron debajo de mi falda…

Yaiza varió a propósito la letra de la canción. Mateo sonrió y dibujó un corazón en la espalda desnuda de ella con la copa empañada mientras Aarón colaba sus manos bajo su falda, acariciando despacio su piel y mordiéndose el labio inferior mientras la miraba. Bajaba  lentamente sus braguitas de encaje negro, tocando descaradamente sus muslos con sus manos y apoyaba su nariz en su sexo, aspirando su aroma. Ella alzó los pies para que él pudiera retirar las braguitas por completo mientras jadeaba cada vez con más intensidad.

Mateo dejó de besar su cuello, dejó de pasar su copa empañada por su espalda. Ella se quejó, pero solo fue un instante. El instante justo en el que Aarón dejaba unos centímetros entre su rostro y el cuerpo de ella y el instante justo en el que Mateo quitaba los tirantes negros de sus hombros, dejando caer el vestido al suelo y desnudándola.

—…Vosotros queríais dormir conmigo y yo no quería dormir sola… —y en ese instante, justo en ese instante, todo se desató.

Aarón, quien sostenía sus braguitas con su mano derecha, se pegó a su sexo y comenzó a lamerlo con fuerza, hundiendo su lengua en él y aspirando su aroma. La miraba a los ojos y ella le devolvía la mirada, separando un poco más sus piernas. Mateo paseaba la copa fría y empañada por sus senos, haciendo que sus pezones se endureciesen mientras su boca mordía y besaba su cuello.

Yaiza estaba desbocada, empapada. Sus manos se enredaban en los cabellos de Aarón, indicándole primero que lamiera su sexo, que hundiera su lengua y luego que picoteara su clítoris. Era como un juguete para ella.

Mateo se pegaba por detrás a su cuerpo. Bajo su pantalón negro de smoking podía notar su erección, presionando el inicio de sus nalgas. Podía notar incluso como palpitaba pidiendo salir. Y eso la volvía aún más loca.

—Átala —susurró Mateo separándose de ella. Aarón, antes de imitarle, hundió su lengua por completo en su sexo y lo recorrió de abajo a arriba, muy despacio, tanto que Yaiza le maldijo por lo bajo. Tomó las braguitas, sonrió relamiéndose y Yaiza le devolvió la sonrisa, inclinándose hacia delante y besando su boca con pasión, con total descaro. Él, mientras tanto, coló las braguitas por sus muñecas y las anudó, aprisionando sus manos. Cuando logró separarse de sus labios, ambos hombres hicieron que se arrodillara.

Atada, desnuda y arrodillada. La diosa estaba expuesta a ellos.

A dos hombres que la devoraban, que se recreaban en su cuerpo delgado, en sus formas sensuales. En su piel perfecta y perfumada y en su pequeña mata de pelo corto sobre su sexo. Una diosa a su disposición.

—¿Champagne? —Preguntó Mateo a Aarón, quien asintió. Ella enseguida se removió, inquieta, y les maldijo por parar en ese instante. Pero Mateo negó con la cabeza y retiró la pajarita desanudada de su cuello. La llevó hasta los ojos de Yaiza y la usó a modo de venda. Ella protestaba, pero todo era parte del juego. Se mordía con fuerza su propio labio inferior cuando todo se volvió negro.

La canción de Sabina acabó, los amantes que relataba no volvieron a encontrarse pero ella sabía que ese no sería su final, no. Ahora mismo, arrodillada y justo cuando acababa de escuchar una botella de champagne descorcharse, supo que todo aquello no había hecho más que empezar. Unos segundos más, en los que ella escuchó zapatos caer a la moqueta, amortiguando ésta su sonido. Más prendas al suelo. Unas mano que acariciaba su pelo, corto y ondulado, descendiendo hasta su cuello y otras manos que tomaban las suyas, levantándola.

Sintió el duro miembro de Mateo presionar su nuca e ir bajando a medida que ella se levantaba, recorriendo su espina dorsal hasta perderse entre sus nalgas cuando ella estuvo de pie.

—No hay copas —le susurró Mateo al oído—. Así que beberemos champagne de ti.

Al escuchar eso, Yaiza sintió como se empapaba y como le temblaban las piernas. Volvió a sentir la lengua de Aarón obrar maravillas en su sexo, mientras sus manos ascendían y tocaban sus senos, bajando hasta sus muslos. Mateo tiró de sus braguitas con una mano, liberando las suyas. Ella soltó un jadeo de alivio y se lanzó a acariciarles a ambos, pero Mateo lo impidió.

Ella no podía ver nada aún. Pero si sentir. Y sintió como Mateo tiró de su pelo hacia atrás, haciendo que arqueara su cuello. Y sintió el torrente frío y espumoso de champagne que él derramaba en su barbilla, dejando caer algo en su boca y haciendo que el resto recorriera su cuello, bajara entre sus senos, mojando sus pezones y terminara finalmente entre sus piernas, donde Aarón lo bebía gustoso junto a los jugos que ella rezumaba.

Se estaban poniendo perdidos, se estaban devorando.

Mateo lamía ahora su cuello, ella se arqueaba para dejarle lamer uno de sus senos mientras Aarón subía y lamía el otro. Ella retorcía sus brazos para tratar de abrazarlos a ambos, se dejaba caer en esa orgía de placer que ellos le daban.

Estaban bebiendo champagne de su cuerpo, pocas eran las gotas que caían sobre la moqueta gris.

Aarón hundió dos dedos en su empapado sexo.
Mateo hundió uno en su culo.
Ella gritó de placer.

—Folladme. Ahora. No me deis tregua, destrozadme —suplicó. Aarón le hizo un gesto a su amigo con el rostro y este asintió. Mientras Mateo la tomaba de la mano, el joven derramó lo que quedaba de champagne sobre la mesita metálica que había delante de los sofás. Yaiza se tumbó sobre ella y abrió sus piernas. Otra perversión más que aceptaría de buena gana.

Fue Aarón el primero. Agarró sus piernas y las colocó sobre sus hombros, penetrándola sin dar mayor tregua, tal y como ella exigió. Yaiza rompió a gritar, a jadear, mientras Aarón se movía con fuerza y la movía a ella, haciendo que su cuerpo resbalase sobre el metal debido al champagne que en ese instante actuaba de lubricante entre mesa y piel.

Metal frío, champagne frío y espumoso. Piel hirviendo… Aarón taladrándola. ¿Y Mateo?

No se hizo esperar, Yaiza sintió como su miembro reclamaba su lengua. Ella arqueó su cuello y dejó que él la penetrara también en la boca. ¿Había medida? No. ¿Había pasión, fuego, lascivia? Toda.

Ahora los tres eran una suerte de baile rítmico, de danza acompasada por los gritos guturales de ella y los bramidos de ellos. Música que ella acababa de tocar acariciándose a sí misma sus senos.

Y tampoco había tregua. Aarón y Mateo intercambiaron posiciones haciéndola girar sobre la mesita metálica. Los tres estaban empapados de champagne y de sudor, mejor, era el combinado perfecto.

Mateo imitó a su amigo y colocó las piernas de ella sobre sus hombros, embistiéndola con fuerza. Aarón llevó su polla hasta su boca y Yaiza pudo sentir el sabor de su propio sexo impregnado en ella.

Y de nuevo esa danza erótica y desfasada.

Y Yaiza “murió” sobre esa mesa al tener su primer orgasmo. Gritó, se tensó… y finalmente dejó caer sus brazos cuando le sobrevino el éxtasis. El dorso de sus manos acariciaba la moqueta mientras sus dos amantes no se cansaban de penetrarla, de cambiar posiciones.

—Los dos… —Susurró, volviendo como una diosa de entre los muertos. Aarón, quien en ese momento la penetraba, salió de ella e hizo que se incorporara, abrazándola a su cuerpo. Llevó sus manos hasta sus nalgas y la alzó como si de una pluma se tratara, llevándola hasta el centro del salón. Ambos se retorcieron y ella logró ensartarse en el miembro duro de su joven amante, comenzando de nuevo éste a penetrarla, alzándola y dejándola caer. Sus brazos musculados la sostenían, ella se enroscaba en su cintura con sus piernas como si fuera una serpiente mientras sus brazos rodeaban su espalda y su boca mordía su cuello.

Y Mateo no esperó. Con su miembro lubricado por la boca de ella, separó sus nalgas y penetró lentamente su culo. Yaiza sintió una punzada de dolor, el cual cesó inmediatamente dando paso al torrente de placer. Sabían moverse, Aarón aminoró la fuerza para que ella se acomodara mientras Mateo iba conquistando su culo. Él bramaba de placer, sintiendo como los músculos se cerraban alrededor de su pene, estrangulándolo.

—No puedo más —gritó, aumentando la fuerza de las penetraciones mientras Aarón hacía lo mismo. Tras esos segundos de acomode, ambos dos la penetraban acompasados, dentro y fuera como si fueran un mecanismo perfectamente ensamblado. Y ella les sentía a ambos, aferrándose al cuerpo de Aarón, arañando su espalda y mordiendo con fuerza su hombro, jadeando y respirando con intensidad.

Mateo sudaba, alargando todo lo que podía un orgasmo que ya era inminente, como el de Aarón, quien además de penetrarla la sostenía entre sus manos.

—Sí. Folladme. No dejéis nada de mí.

De nuevo, Yaiza moría entre los brazos de sus amantes. Una embestida más y su cuerpo volvió a tensarse y a estallar en un poderoso e intenso orgasmo. Y al contraer su cuerpo, Mateo vio doblegada su resistencia y gritó, corriéndose en su culo. Aarón también sintió los espasmos de Yaiza en su sexo y también se corrió, llenándola. Los tres llegaron al orgasmo perfectamente sincronizados, perdiéndose en ese universo de sensaciones y sintiendo a flor de piel cada segundo de la noche vivida. Sintiendo también el champagne de la moqueta gris mojar su piel cuando se dejaron caer sobre ella, hechos un ovillo. Yaiza besó sus bocas y acarició sus rostros. Reía con una sonrisa radiante.

                                                    ¿Sería el champagne?




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